Cuando empezamos a
conocer el mundo del homeschooling y a intentar compartir con familiares y
amigos, lo que íbamos descubriendo, todo eran complicaciones. Hablabas en otro
idioma. Conceptualmente, sí, pero también lingüísticamente. Y buscar una
traducción para el término nos llevó a decidirnos por la que usamos como nombre
del blog.
¿Por qué?
Hacía ya mucho tiempo que
la realidad que vivíamos en la educación, en la Iglesia, en la sociedad, no
satisfacía los anhelos de nuestros
corazones. Sentíamos (y sentimos) que nuestra vocación al Matrimonio
conlleva una misión tan grande que nos supera y que no alcanzamos a ver. El
Magisterio reciente de la Iglesia respecto al tema, gracias especialmente al
Beato Juan Pablo II, es una maravilla desgraciadamente poco, muy poco,
conocida.
Sentimos que por este
Sacramento de servicio a la Comunidad, nuestras vidas adquieren plenitud, pues
es nuestro camino de santidad y de salvación. Vivirlo cada día es nuestro
Camino, nuestra vocación, nuestra misión. Así es como nosotros lo vemos, es
nuestra visión.
Los votos matrimoniales
son una cosa muy seria. Toda la liturgia del Sacramento lo es. Alianza de Dios
Trinidad con la humanidad, asociándola a su labor creadora, cuidadora,
educadora, redentora…
Y si la Iglesia no duda
en reconocer nuestra familia como Iglesia Doméstica, no vemos a nadie
autorizado a poner en duda que sea también Escuela Doméstica.
La Escuela Doméstica no
es una opción educativa, es un estilo de vida. En nuestro caso es un
deseo de ser coherentes con las promesas que nos hicimos ante Dios y para Dios
y para su Iglesia. Repito, en nuestro caso. Porque las misiones de
proclamar la palabra de Dios, de ser Sacerdote, Profeta y Rey y todas las demás
recibidas en el Bautismo, para el servicio del Reino de Dios, que es la
Iglesia, tienen, a nuestro modo de ver, dos concreciones especiales,
preferentes y privilegiadas, pues, no en vano fueron instituidas por el
Espíritu Santo como Sacramentos.
El Orden Sacerdotal y el
Matrimonio.
Dios es Familia. Por eso
cuando el Hijo vino al mundo, se preparó una familia.
Esta familia, La Sagrada
Familia de Nazareth, es imagen humana de la Familia Trinitaria. En ella, se
vive en Humildad, Sencillez y Alabanza. A través del trabajo, el compartir y la
oración. Buscando el Bien, la Verdad y la Belleza. Creciendo en Sabiduría y en
Gracia ante Dios y ante los hombres
Esta Familia, es nuestro
modelo e inspiración desde que empezó nuestro matrimonio. Y de ella vamos
aprendiendo y recibiendo. Lentamente, pues a pesar de la magnificencia de los
maestros, somos torpes discípulos.
El Papa, en la
homilía de
la Eucaristía de proclamación como doctores de la Iglesia de San Juan de Ávila
y Santa Hildegarda de Bingen dijo:
El tema del matrimonio, que nos propone el
Evangelio y la primera lectura, merece en este sentido una atención especial.
El mensaje de la Palabra de Dios se puede resumir en la expresión que se
encuentra en el libro del Génesis y que el mismo Jesús retoma: «Por eso
abandonará el varón a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán una
sola carne» (Gn 1,24, Mc 10,7-8). ¿Qué nos dice hoy esta palabra? Pienso que
nos invita a ser más conscientes de una realidad ya conocida pero tal vez no
del todo valorizada: que el matrimonio constituye en sí mismo un evangelio, una
Buena Noticia para el mundo actual, en particular para el mundo secularizado.
La unión del hombre y la mujer, su ser «una sola carne» en la caridad, en el
amor fecundo e indisoluble, es un signo que habla de Dios con fuerza, con una
elocuencia que en nuestros días llega a ser mayor, porque, lamentablemente y
por varias causas, el matrimonio, precisamente en las regiones de antigua
evangelización, atraviesa una profunda crisis. Y no es casual. El matrimonio
está unido a la fe, no en un sentido genérico. El matrimonio, como unión de
amor fiel e indisoluble, se funda en la gracia que viene de Dios Uno y Trino,
que en Cristo nos ha amado con un amor fiel hasta la cruz. Hoy podemos percibir
toda la verdad de esta afirmación, contrastándola con la dolorosa realidad de
tantos matrimonios que desgraciadamente terminan mal. Hay una evidente
correspondencia entre la crisis de la fe y la crisis del matrimonio. Y, como la
Iglesia afirma y testimonia desde hace tiempo, el matrimonio está llamado a ser
no sólo objeto, sino sujeto de la nueva evangelización.
En la crisis actual, que afecta no sólo a la
economía sino a varios sectores de la sociedad, la Encarnación del Hijo de Dios
nos dice lo importante que es el hombre para Dios y Dios para el hombre. Sin
Dios, el hombre termina por hacer prevalecer su propio egoísmo sobre la
solidaridad y el amor, las cosas materiales sobre los valores, el tener sobre
el ser. Es necesario volver a Dios para que el hombre vuelva a ser hombre. Con
Dios no desaparece el horizonte de la esperanza incluso en los momentos
difíciles, de crisis: la Encarnación nos dice que nunca estamos solos, Dios ha
entrado en nuestra humanidad y nos acompaña.
Pero que el Hijo de Dios habite en la «casa
viviente», en el templo, que es María, nos lleva a otro pensamiento: donde Dios
habita, reconocemos que todos estamos «en casa»; donde Cristo habita, sus
hermanos y sus hermanas jamás son extraños. María, que es la madre de Cristo,
es también madre nuestra, nos abre la puerta de su casa, nos guía para entrar
en la voluntad de su Hijo. Así pues, es la fe la que nos proporciona una casa
en este mundo, la que nos reúne en una única familia y nos hace a todos
hermanos y hermanas. Contemplando a María debemos preguntarnos si también
nosotros queremos estar abiertos al Señor, si queremos ofrecer nuestra vida
para que sea su morada; o si, por el contrario, tenemos miedo a que la
presencia del Señor sea un límite para nuestra libertad, si queremos
reservarnos una parte de nuestra vida, para que nos pertenezca sólo a nosotros.
Pero es Dios precisamente quien libera nuestra libertad, la libera de su
cerrarse en sí misma, de la sed de poder, de poseer, de dominar, y la hace
capaz de abrirse a la dimensión que la realiza en sentido pleno: la del don de
sí, del amor, que se hace servicio y colaboración.
La fe nos hace habitar, vivir, pero también nos
hace caminar por la senda de la vida. En este sentido, la Santa Casa de Loreto
conserva también una enseñanza importante. Como sabemos, fue colocada en un
camino. Esto podría parecer algo extraño: desde nuestro punto de vista, de
hecho, la casa y el camino parecen excluirse mutuamente. En realidad,
precisamente este aspecto singular de la casa, conserva un mensaje particular.
No es una casa privada, no pertenece a una persona o a una familia, sino que es
una morada abierta a todos, que está, por decirlo así, en el camino de todos
nosotros. Así encontramos aquí en Loreto una casa en la que podemos quedarnos,
habitar y que, al mismo tiempo, nos hace caminar, nos recuerda que todos somos
peregrinos, que debemos estar siempre en camino hacia otra morada, la casa
definitiva, la Ciudad eterna, la morada de Dios con la humanidad redimida (cf.
Ap 21,3).
Este deseo de que nuestra casa sea una casita de
Nazaret, ha latido siempre en nuestros corazones y ha hecho que ella sea lo que
es. No es mérito nuestro en absoluto. Y el celo por que se den las condiciones
de esa casa, asumiendo las diferencias insalvables, nos ha llevado a tomar
decisiones “radicales” con las que nos hemos ganado incomprensión, rechazo y
aislamiento. Hemos sido tachados de raros. Pero hemos ganado en fe y en fortaleza, que nos han hecho capaces
de abandonar supuestas seguridades que limitaban lo que ardientemente nos
reclamaba nuestro corazón. Porque lo que empezó pensando nosotros que era una
elección nuestra, se ha demostrado, con el tiempo, que no partió de nosotros,
sino que partió de La Sagrada Familia. Que fue ella la que nos pidió que
hiciéramos de nuestra casa, Su Casa.
Y no podemos delegar esta
petición en nadie más, ni dejar que un movimiento, una estructura, una
organización, otra visión, condicione su carácter, su personalidad, su misión.
Y la sola sospecha de que pueda hacerlo es motivo más que suficiente para
cerrar puertas.
Para nosotros la primera
misión de nuestro matrimonio es la educación de nuestros hijos según la Ley de
Cristo y de su Iglesia, a lo que dijimos estar dispuestos en nuestros votos
matrimoniales. Por ello decidimos cerrar
la puerta a la estructura del sistema educativo, que hace todo lo
contrario.
Estamos seguros de que no
somos algo especial ni exclusivo, que esta llamada se ha dirigido a más
familias… En realidad a todo matrimonio católico. Esperamos que la Sagrada
Familia nos ponga en contacto, porque la unión hace la fuerza. Necesitamos
familias con esta llamada para compartir nuestro caminar.
Pero ahora hay una
prioridad clara. El Santo Padre ha inaugurado el
año de la Fe. En la
homilía de
la Eucaristía del
Domingo,
16 de octubre de 2011 ha dicho:
Este
«Año de la fe» comenzará el 11 de octubre de 2012, en el 50º aniversario de la
apertura del concilio Vaticano II, y terminará el 24 de noviembre de 2013,
solemnidad de Cristo Rey del Universo. Será un momento de gracia y de
compromiso por una conversión a Dios cada vez más plena, para reforzar nuestra
fe en él y para anunciarlo con alegría al hombre de nuestro tiempo.
Queridos
hermanos y hermanas, vosotros estáis entre los protagonistas de la nueva
evangelización que la Iglesia ha emprendido y lleva adelante, no sin
dificultad, pero con el mismo entusiasmo de los primeros cristianos. En
conclusión, hago mías las palabras del apóstol san Pablo que hemos escuchado:
doy gracias a Dios por todos vosotros. Y os aseguro que os llevo en mis
oraciones, consciente de la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro
amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor (cf. 1 Ts 1,
3). La Virgen María, que no tuvo miedo de responder «sí» a la Palabra del Señor
y, después de haberla concebido en su seno, se puso en camino llena de alegría
y esperanza, sea siempre vuestro modelo y vuestra guía. Aprended de la Madre
del Señor y Madre nuestra a ser humildes y al mismo tiempo valientes, sencillos
y prudentes, mansos y fuertes, no con la fuerza del mundo, sino con la de la
verdad. Amén.
Así que todos nuestros
proyectos, sueños, ideas, visiones… van a ser puestos a un lado para, como pide
Benedicto XVI en la carta apostólica Porta fidei,
confesar, celebrar, vivir y orar la Fe. Para, en esta escuelita, formarnos con la Palabra de Dios y la tradición de la Iglesia guiados por el Santo Padre.